Diario El Argentino Gualeguaychú
05/06/11 Por monseñor Jorge Lozano (*)
¿Vecinos, amigos y hermanos? ¡Claro que se puede!
Esa es una experiencia que solemos tener en encuentros de la Iglesia. Sea en una Provincia, un País o a nivel Regional o Mundial, siempre nos reconocemos unidos en los profundo.
Y en particularmente unidos por “lo profundo”, en estos días participé en un Encuentro de Diócesis de Frontera. Nos reunimos 90 Participantes que llegamos desde Concordia, Gualeguaychú, Posadas, Goya, en Argentina; Bagé, Foz do Iguaçú, Frederico Westphalen, Chapecó, Santo Ángelo y Uruguaiana, en Brasil; y Melo, Salto, Tacuarembó y Maldonado en Uruguay.
Quisiera compartir con ustedes algunos párrafos del mensaje que elaboramos al concluir el intercambio, mensaje en el que transformamos en texto nuestras preocupaciones y anhelos como pueblos hermanos, mensaje en el que se nota que casi no somos “diócesis de frontera”, sino “diócesis sin fronteras”:
“Los vecinos se encuentran para compartir, reflexionar y celebrar la compasión de Jesús y asumir el desafío ante un número creciente de jóvenes deteriorados por la adicción a las drogas”.
“Nuestro camino cuenta 19 años de historia compartida en la frontera como oportunidad; somos quienes somos de un lado o del otro; nos enriquece poder reconocernos mutuamente en diversos idiomas, colores, perspectivas, acentos, relatos, experiencias, ideas y sentimientos.”
“Este año nos hemos expuesto delante de una realidad; conocemos muy de cerca la situación de tantos hermanas y hermanos nuestros, especialmente jóvenes y familias, que sufren el flagelo y las consecuencias de diversas adicciones.”
“Iluminados por la compasión de Jesús y en la senda señalada por los Obispos de América Latina en Aparecida 2007 donde manifiestan la necesidad de una lucha frontal contra el consumo y tráfico de drogas, llaman a la responsabilidad de los estados y de la sociedad civil y alientan a las comunidades a una presencia activa; un camino de rico diálogo y comunicación en los grupos nos permite reafirmar varias claves que nos guían en nuestras comunidades:
1) La necesidad de enfrentarnos con la verdad, asumiendo una realidad dolorosa, frecuentemente negada en la vida personal, familiar, institucional.
2) Toda adicción es esclavitud, destruye vínculos, impide compromisos estables. Todo se derrumba.
3) Cada persona es única e irreemplazable, capaz de amar y digna de ser amada, para la que Dios tiene un proyecto intransferible.
4) La liberación profunda y auténtica acontece en el alma, tocada por el Espíritu y que se irradia en el cuerpo y en la convivencia.
5) Los caminos de prevención y rehabilitación necesitan de una familia que recupere su rol y sea un espacio de afectos auténticos y exigentes, capaces de desarrollar a sus miembros.
6) En orden a una prevención y rehabilitación más eficaces, necesitamos integrar mejor los distintos sectores de la sociedad, como educación, sistemas de salud, legislación, comunidades terapéuticas y la voz de las familias.
De nuestro Encuentro surge un deseo de explicitar y renovar el compromiso de opción por los pobres, los que sufren. Ante el flagelo de la adicción no miramos para otro lado. Nos hacemos cargo. Las causas y las consecuencias son personales, familiares, sociales, culturales. La adicción es una enfermedad bio-psico-social-espiritual.
Quien tiene dependencia de alguna sustancia es un hermano. Él es parte de la familia. Jesús nos llama a todos al amor fraterno y compasivo.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
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