miércoles, 8 de junio de 2011


Cuidar la vida, la mejor tarea

Por Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Sabemos que la vida “vale mucho”. Incluso decimos que “no tiene precio”, y es verdad. No se puede comprar o vender. Rechazamos la esclavitud porque supone que un ser humano pueda ser considerado un objeto, una cosa, una mercancía.
La vida es muy valiosa. Pero también solemos experimentar su fragilidad; está expuesta a diversas amenazas y peligros. A veces uno mismo puede exponer la vida al límite pensando engañosamente que puede resistir todo. Pongo algunos ejemplos.
El exceso de velocidad. Cuando se conduce de modo imprudente se arriesga la propia vida y la de los demás. Lamentablemente Argentina tiene uno de los primeros lugares en accidentes de tránsito en Sudamérica. Suele suceder que los accidentes estén vinculados a imprudencias. Pero también a que los conductores manejan habiendo consumido drogas o alcohol. Me contaban algunos médicos que les toca estar de guardia en hospitales sábado a la noche y domingo, que en las estadísticas se reportan los heridos por accidente de tránsito. Pero a veces la causa es conducir alcoholizados o habiendo consumido cocaína u otra sustancia; sin embargo, eso no se reporta como estadística. Como dice la frase de una campaña que leí hace poco, “si se puede evitar, no es un accidente”.
Una cuestión que preocupa mucho en la sociedad es la agresión que sufren tantos debido al crecimiento de la inseguridad y a la violencia delictiva. Violencia que también está unida al tráfico de drogas y de armas que hacen estragos en nuestros barrios más pobres, llevándose la vida de muchos jóvenes a diario. Organizaciones que quiebran la ley de modo cotidiano se encargan de implantar espirales de muerte. Generan adicción a la droga, después manipulan a los adictos para que salgan a robar para comprar más sustancia. Les terminan consiguiendo las armas y los empujan a una violencia sin límites. Mejor dicho, hasta el límite de la muerte.
Otra amenaza proviene del descuido y maltrato al ambiente, que mata lentamente a quienes viven a orillas del Riachuelo, o tienen sus humildes viviendas sobre basurales con napas de aguas envenenadas. Otros sufren los efectos de agrotóxicos, aguas con metales pesados… Hay serios descuidos acerca del cumplimiento de las leyes también en este campo.
La vida es bastardeada en los niños, niñas y adolescentes que son dedicados al comercio sexual al cual son obligados por secuestro, extorsión y violencia. ¿Cómo es posible que haya gente que “consuma” sexo infantil? ¿Por qué no se obra con mayor contundencia en la persecución de estos delitos? Causa gran dolor la historia personal de cada una y cada uno que han sido robados a su familia. Hace poco nos conmovía la historia de Liz Sebastiana, una beba robada a su mamá Sandra. Ambas vendidas: una como “hija”, la otra a una red mafiosa de prostitución.
¡Cuántos son los que viven en las plazas, las estaciones del tren, terminales de colectivos! La vida también es despreciada por la sociedad que ya casi ni los nota, como si se hubieran vuelto invisibles.
La muerte amenaza a la vida.
Toma rostros distintos, pero todos con un mismo objetivo: destruir la vida.
Comprometámonos a cuidar la vida: ante todas las amenazas digamos ¡No!
Toda vida debe cuidarse.
Toda vida debe respetarse.
Toda vida es digna.
Toda vida tiene derecho a desplegarse y ser feliz.
Cuidar la vida, la mejor tarea.

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